Crítica ADAM

El detalle por el todo //

Las mujeres no suelen ocupar el centro de la fotografía. Es más habitual encontrarlas en un segundo plano, o como acompañantes desenfocadas de otro personaje que merece mayor atención o testigos casuales de la acción principal. Pero Maryam Touzani retrata la vida de dos mujeres que quieren ser las únicas protagonistas de su fotografía. Dos mujeres y una niña, el imán que sirve para que dos caminos se encuentren en un punto crucial. La directora marroquí debuta en el largometraje con un film de interiores, tanto en el espacio como en lo personal, que se mueve en las distancias cortas. La cineasta ya había mostrado interés en sus trabajos anteriores por problemas sociales al tratar temas como la explotación infantil o la prostitución. En Adam continúa en la senda del retrato social, denunciando la situación, todavía precaria en muchos aspectos esenciales, de las mujeres en su país, a quienes no les pertenece ni siquiera la muerte.

Decía el fotógrafo Herbert List que «un detalle correctamente seleccionado es más potente que una imagen completa del sujeto». La película parece seguir sus palabras al pie de la letra en su cuidadosa elección de detalles y silencios. Lo que predominan son los rostros y las manos. El rostro de Samia, abierto a expresar dolor, alegría o esperanza, y el de Abla, cerrado a mostrar cualquier tipo de emoción. Y primeros planos de manos que amasan, manos que tamizan harina, manos que disponen platos y cubiertos en la mesa, manos que acarician la piel de un vientre tensado por un embarazo que no debiera haber sido y manos que luchan para reconciliarse y tenderse finalmente para sanar heridas del pasado y del futuro. El mundo masculino queda notoriamente excluido del detalle del universo de estas dos mujeres, aunque permanece al acecho en forma de voces que se escuchan en el exterior y tratan de invadir el espacio doméstico de libertad. Como sus voces, quedan fuera los puestos de los hombres que solo se ven desde el interior de la panadería, con un mostrador interpuesto como barrera entre ambos mundos. El interior doméstico en el que las dos mujeres comparten tareas y construyen su intimidad y el exterior. Tampoco es casual que en las contadas ocasiones en que la cámara sale de la casa, deje fuera de foco el bullicio y se mueva inquieta, como si sintiera la amenaza y quisiera impedir que se invada el espacio seguro que las mujeres tratan de cimentar.

Adam elige el detalle de unos días en la vida de dos mujeres y una niña que buscan su parcela de independencia e intimidad en un mundo masculino. La estampa que resulta del disparo de la cámara de Maryam Touzani logra un equilibrio perfecto en sus tonalidades sin llegar a la sobrexposición. Mantiene la opresión en el negativo que deja sin revelar en favor del positivo del retrato íntimo de la resolución inapelable de dos mujeres decididas a vivir su vida al margen de arcaicos imperativos sociales convencidas de que otra vida es posible.

Adam, de Maryam Touzani (2019)

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